jueves, 18 de diciembre de 2014

La Jornada: Astillero

La Jornada: Astillero



Pedir perdón sería un gesto fácilmente aprovechable en términos
propagandísticos, mostraría un hipotético flanco sentimental en la punta
de la pirámide del salvaje poder político, no implicaría mayor
compromiso que mantener apariencias de pesadumbre y condolencia y no
tendría ninguna condición vinculatoria con la justicia y el castigo.
Hasta el frívolo y corrupto José López Portillo pidió perdón a los
pobres mientras maniobraba para seguir sumiéndolos en peor condición.

Pero Enrique Peña Nieto está desposeído de discurso para enfrentar de
manera exitosa el tema de los 43.

No es capaz de elaborar algo más que
la retórica simplista de ocasión, y gestual y anímicamente aparece en
actos públicos sin acompasarse al ánimo social dolido que requiere mucho
más que palabrería burocrática. Acompañado por un gabinete hundido, que
sólo aporta problemas y escándalos, entregado a las fuerzas armadas
como única esperanza de gobernabilidad, empantanado en los casos (¿sin
salida?) de Iguala y la Casa Blanca (más lo que se acumule,
como el inmobiliariamente solidario Videgaray), Peña Nieto es un
fantasma político que deambula entre ceremoniales blindados y teleprompters estériles.

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