Ayotzinapa ¿Fue el móvil o la guerra del
Opio?
Sobre las versiones del caso
Ayotzinapa ronda una versión macabra de los hechos. El portal de Internet del universal
publicó el sábado 15 de noviembre una nota relacionada con el tema. Firmada por
Salvador García Soto, en donde se explicaba que la brutal manera en que fueron
secuestrados los normalistas respondió a la obligada necesidad de rescatar a como fuera lugar uno de los camiones tomados
por los normalistas ya que éste aparentemente contenía al menos unos 35 kilos
de Goma de Opio
En seguida un texto llegado a
nuestro correo que da cita de la nota del universal, así como de más datos e información
sobre la tesis de la Guerra
del Opio.
LA MAFIA MEXICANA, LA CIA, LA DROGA Y LAS ARMAS, EN
GUERRERO
Por: Manola.
¡¡¡Poco a poco va saliendo el
peinecito!!! No solo deben de conocerlo los estudiantes sino todo el mundo para
que se den clara idea de lo que se esta sufriendo por culpa del vicio de los
norteamericanos.
En los últimos años México se ha
convertido en el segundo productor mundial de opio del mundo; esto coincide con
el incremento en el consumo de heroína en Estados Unidos que ha sido
recientemente tema noticioso, particularmente después de la muerte del actor
Philip Seymour Hoffman. Iguala es el epicentro del negocio de la adormidera que
es transformada en la “heroína negra” mexicana que ha inundado el mercado
estadounidense. En ese mismo municipio del estado de Guerrero, uno de los más
pobres del país (pero con una poderosa industria clandestina) 43 estudiantes de
la Normal Rural
de Ayotzinapa fueron desaparecidos, detonando una ola de protestas e indignación
en todo el país.
Escribiendo en el diario El
Universal, Hector de Mauleón abre la caja de Pandora de sospechas, alertando
que 10 días antes de la desaparición de los normalistas, la Casa Blanca había
redactado un documento en el que manifestaba su preocupación por el incremento
en el decomiso de heroína de más de 300% en los últimos 4 años en la frontera
mexicana. Existen diversas versiones, pero las cifras señalan que entre 60% y
98% del opio en México se produce en Guerrero. Se cree que el opio representa
por lo menos un negocio de 17 mil millones de dólares para Guerrero; esto sería
más de la mitad de todo su producto interno bruto, lo cual significa claramente
una “adicción” al opio en un sentido económico.
Por otro lado el escritor Luis
González de Alba cree que: “El pleito de Iguala es porque produce el 98% que
México envía a EE.UU. ‘Los muchachos’ novatos fueron usados por los mayores.
Quedaron en medio de la Guerra
del Opio sin saberlo. El 68 fue un movimiento por mayor democracia. 2014 en
Iguala es una guerra de narcos por montes sembrados de amapola”.
No es necesario hilar demasiado
fino para suponer que este boom del opio –el cual en su carácter relativamente
incipiente debe de tender a generar enfrentamientos entre grupos de poder– pudo
haber cobrado víctimas, directa o indirectamente, más allá de la abyecta
corrupción y colusión de los gobiernos locales. Iguala es tierra caliente en
todos los sentidos, entre pobreza y analfabetismo y ahora enormes plantíos de
adormidera (para sumarse a los grandes yacimientos de oro con los que cuenta la
región, ciertamente no para el beneficio de los pobladores locales) y la Normal Rural Raúl
Isidro Burgos es históricamente también semillero de guerrilleros.
Cierta
lógica perversa (¿o simplemente no-ingenua?) podría hacernos pensar que existe
algo que va más allá de la teoría del abuso de poder local, aislado del Estado,
con sus casualidades de guerra, y su posterior detonación de un movimiento de
nivel nacional de protesta e indignación. Esta misma lógica teñida de una
mirada esquiva es también la que nos sugiere que el mismo negocio de drogas
como los derivados del opio no es controlado solamente por organizaciones rurales
de narcotráfico, sino que en él participan veladamente organizaciones
gubernamentales a escala global –no sólo alcaldes y gobernadores
insubordinados. Esta lógica se mueve sólo en el terreno de la suposición, la de
la persona común y corriente que especula y busca hacer sentido de lo que le es
esencialmente insondable –acaso operando como el mecanismo de defensa de una
víctima.
Siguiendo con este tren de ideas,
consideremos el caso de Afganistán, el primer productor de opio en el mundo por
mucho. En 1980 Afganistán no producía más de 1% del opio en el mundo. En esa
misma época inició la
Operación Ciclón de la
CIA con presupuesto que llegó hasta a 630 millones de dólares
en 1987, y que fondeaba (bajo la dirección del director George H. W. Bush) y
armaba a los mujahideen en la guerra Afgano-Soviética. En 1986 Afganistán ya
producía con sus cultivos de amapola 40% de la heroína en el mundo. En 1999
esto había llegado al 80%. Justo entonces subieron al poder los talibanes,
quienes prohibieron el cultivo de amapolas y redujeron dramáticamente la
producción de opio en más de un 80%. Esto, ¿casualmente? no duró mucho ya que
después del ataque a las Torres Gemelas, Estados Unidos invadió Afganistán y
los talibanes perdieron poder. Para 2005 Afganistán había vuelto a hacer de las
suyas y producía 87% del opio en el mundo, una cifra que siguió creciendo pese
a que más de 50 mil soldados estadounidenses patrullaban tierras afganas.
Existen versiones, no del todo infundadas, que vinculan a la CIA con el tráfico de drogas
en distintas partes del mundo, incluyendo por supuesto, el opio en Afganistán.
El dinero que se recauda con las drogas, alegan estas versiones, es utilizado
para los llamados “black budgets”, que fondean guerrillas y golpes de Estado en
distintas partes del mundo.
El opio tiene un gran linaje como
instrumento político, su cultivo ha financiado imperios y guerras por cientos
de años. Vienen a la mente por supuesto las llamadas “Guerras del Opio”, en las
que el Imperio Británico se benefició enormemente de los recursos que obtuvo vendiendo
opio en China así como del efecto narcótico que tuvo en la población
(disminuyendo la capacidad la resistencia, por así decirlo). Por mucho tiempo
después China fue el principal productor del mundo; sin embargo, con la llegada
de Mao Zedong al poder y la constitución de una república comunista en 1949, el
gobierno chino logró controlar su consumo y producción interna. La prohibición
de la producción de opio en China desplazó su cultivo hacia el sudoeste de
Asia, en particular a Laos, Burma y Tailandia para crear un “triangulo de oro”,
para luego continuar hacia el corazón de Asia: Afganistán, Irán, Pakistán y
Turquía. Por décadas, pero en particular en los años más álgidos de la Guerra Fría, la
producción de opio fue el mecanismo favorito de las agencias de inteligencia
para financiar gobiernos títere, ejércitos y guerrillas en la región.
No existe evidencia, que yo sepa,
para decir que lo que sucede en México es una nueva articulación de esta
“guerra del opio” que parece atravesar la historia de los últimos tres siglos
solamente con el espejismo de interrumpirse (al menos no en el sentido de una
clara estrategia política sirviéndose del opio como un medio para conseguir
doblegar al pueblo, sí como un efecto colateral). Pero la coincidencia
geográfica entre la desaparición de los estudiantes y la nueva industria
clandestina del opio es ciertamente un fértil punto de partida para la investigación
que hace casi inevitable jugar a especular y a conectar los puntos en la
madeja. La teoría de la conspiración más maquiavélica que surge, de nuevo sin
una base contundente, siguiendo esta línea histórica de las “guerras del opio”,
es que se trata de una desestabilización intencional del país –una forma de
administrar opio a las masas, lo mismo con la miseria y la violencia que con
las ideas distractoras de revolución, levantamiento y protesta; un teatro de
guerra y manipulación donde los actores que se alzan y caen son solamente
títeres de poderes que yacen por definición en la sombra, operando sus agendas
ocultas y cosechando los dividendos de sus movimientos en un tablero de ajedrez
invisible.
Esta versión es frustrante y
cognitivamente disonante, ya que por definición es insondable. La conspiración
es una forma –en ocasiones patológica– de lidiar con una realidad que nos
agrede y que no podemos asimilar o al menos significar de manera coherente. Una
forma de encontrar un aparente orden en algo que probablemente sea meramente
caótico y sin un control piramidal.
Una última reflexión. Se dice que
en el caso de Ayotzinapa “fue el Estado”; ¿esto es porque el Estado es, ya de
facto, un narcoestado? Y si es así, ¿quién es el verdadero capo?; ¿está en el
cerro, está en Los Pinos, está en Estados Unidos? ¿o en las tres partes?Estas
son cosas que mistifican e indignan, pero que seguramente nunca sabremos. Pero
que no se nos olvide la operación "Rápido y Furioso"
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