Por: Mumia Abu-Jamal
La imagen del Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu presidiendo una sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos fue sumamente perturbadora a muchos niveles.
Primero, fue un insulto meticulosamente calculado a un presidente africano-americano, Barack Obama.
Segundo, fue un acto de supremo chutzpah*, de un supuesto aliado sermoneando a su patrocinador sobre los tratados que debe o no debe negociar y/o firmar.
Tercero, fue una señal del profundo desprecio que un partido político estadounidense ––los republicanos–– tienen para un presidente demócrata.
Se vio mal. Olió mal.
Irradió ondas épicas de fealdad política.
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