Con las «sanciones económicas», Estados Unidos y la Unión Europea iniciaron una
guerra sin disparos ni explosiones contra Siria, Irán
y Rusia. Esas sanciones mataron a más de un millón de iraquíes
en los años 1990, sin provocar por ello ningún tipo de
reacción de parte de la opinión pública occidental. Esta guerra
silenciosa se implementa minuciosamente contra los Estados que
no aceptan someterse al orden mundial unipolar.
Tomado de: Red Voltaire
Por: Thierry
Meyssan
En el pasado, la
estrategia de las guerras convencionales incluía el asedio impuesto a una
ciudad o un Estado. Se trataba de aislar al enemigo, de impedirle utilizar sus
recursos y hambrearlo como medio de vencerlo. En Europa, la Iglesia católica
llegó a condenar firmemente esa forma de guerra calificándola de criminal ya
que comienza matando a los civiles, antes de afectar a los beligerantes.
Hoy en día, las
guerras convencionales incluyen una etapa de «sanciones económicas», cuyo
objetivo es exactamente el mismo. De 1990 a 2003, las sanciones decretadas
contra Irak por el Consejo de Seguridad de la ONU mataron a más de un millón de
civiles. Aquellas sanciones fueron, de hecho, una guerra a través de banqueros,
impuesta en nombre de la instancia mundial que supuestamente tendría que
promover la paz.
Los efectos de esas
sanciones dependen de cómo interpretan los gobiernos los textos que definen
dichas sanciones. Por ejemplo, gran parte de los textos mencionan sanciones que
afectan los productos que pueden ser de doble uso –civil y militar–, lo cual
deja amplio margen a la interpretación. Es posible prohibir la exportación de
un fusil de caza hacia un Estado en particular por tratarse de un objeto que
puede ser utilizado tanto para cazar como para la guerra. Pero una botella de
agua puede destinarse tanto a una madre que amamanta a su bebé como a un
soldado. Por consiguiente, los mismos textos pueden conducir –según las
circunstancias políticas y la evolución de la voluntad de los gobiernos que los
aplican– a resultados extremadamente diferentes.
El término «sanciones»
sugiere que el Estado objeto de esas medidas ha cometido un crimen por el cual
ha sido jugado y finalmente condenado. Es ese el caso cuando se trata de
sanciones decretadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, pero no con las
sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea imponen unilateralmente. En
este último caso se trata pura y simplemente de actos de guerra.
Desde los tiempos de su
guerra contra los británicos, en 1812, Washington dispone de una instancia, la
Office of Foreign Assets Control (la OFAC, Oficina de Control de Activos
Extranjeros), a cargo de esta “guerra con corbata”.
Actualmente, los principales
Estados víctimas de sanciones no están sancionados por decisión de la ONU sino
única y exclusivamente por decisión de Estados Unidos y de la Unión Europea.
Esos Estados son Siria, Irán y Rusia, o sea precisamente los tres países que
luchan contra los yihadistas, que a su vez cuentan con el respaldo de las
potencias occidentales.
Las sanciones actuales más
duras son las adoptadas contra Siria. Un informe redactado por el
Buró del Coordinador de Naciones Unidas en Siria, financiado por la
Confederación Helvética y publicado hace 4 meses, observa que la interpretación
que Estados Unidos y la Unión Europea hacen de los textos priva a la
mayoría de los sirios de ciertos cuidados médicos y de productos
alimenticios: numerosos recursos médicos están prohibidos porque son
considerados de doble uso y las sanciones impiden a Siria el
pago de importaciones de alimentos a través del sistema bancario
internacional.
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