El extractivismo como cultura
Por: Raúl Zibechi
Tomado de: La Jornada
El capitalismo no es una economía, sino un tipo de sociedad
(o formación social), aunque evidentemente existe una economía capitalista. Con
el extractivismo sucede algo similar. Si la economía capitalista es acumulación
por extracción de plusvalor (reproducción ampliada del capital), la sociedad
capitalista produjo la separación de la esfera económica de la política. La
economía extractiva, de conquista, robo y pillaje, es apenas un aspecto de una
sociedad extractiva, o una formación social extractiva, que es la
característica del capitalismo en su fase de dominio del capital financiero.
No era el orgullo tonto de quien se cree superior, sino el
resultado del lugar que tenían los obreros en la sociedad; lugar que no habían
heredado, sino construido en una larga y paciente lucha. Entre mediados del
siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, los obreros –y a veces las
obreras– se formaron a sí mismos a la luz de la vela luego de extenuantes
jornadas de 12 horas de trabajo, crearon espacios propios de encuentro y ocio
(ateneos, teatros, bibliotecas, cooperativas, sindicato), instituyeron formas de
vida con base en la ayuda mutua, crearon maravillas como la Comuna de París y
la Revolución de Octubre, además de una larga decena de insurrecciones urbanas.
Tenían motivos para la autoestima.
En la vida cotidiana, la cultura obrera giraba en torno al
trabajo, la austeridad por convicción, el ahorro como norma de vida y la
solidaridad por religión. El mameluco de trabajo y la gorra eran señas de
identidad con las que andaban por sus barrios, porque no querían vestirse como
los patrones; todo en sus vidas, desde la vivienda hasta los modales, los
diferenciaba de los explotadores. Esa cultura tenía sesgos opresores, como bien
saben las mujeres y los hijos e hijas de los obreros industriales. Pero era una
cultura propia, basada en el autocultivo de sí mismos, no en la imitación de
los de arriba.
La cultura extractivista es el resultado de la mutación
generada por el neoliberalismo, a caballo del capital financiero. El trabajo no
tiene el menor valor positivo, lugar que ocupan ahora el pillaje y sus
contracaras, el consumismo y la ostentación. Donde antes había orgullo por
hacer, la cultura gira ahora en torno al pavoneo de marcas y modas. Mientras
los obreros de antaño condenaban el robo, por razones estrictamente éticas, hoy
se festeja la apropiación, aun cuando la víctima sea vecina, amiga y hasta familia.
El extractivismo ha evaporado los sujetos, porque en la
llamada producción sencillamente no los hay. Incluso en la esfera de la
reproducción, el sistema se esfuerza por mercantilizarlo todo, desde los
nacimientos hasta la alimentación, arremetiendo contra el papel central de las
mujeres en esos espacios. De ahí la importancia de las microresistencias: el
tianguis, el barrio, los territorios populares, los espacios colectivos del más
diverso tipo. Ellas alimentan las grandes rebeliones.
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