La revolución cubana: una herejía del siglo XX
Tatiana Coll *
El
maestro Alonso Aguilar siempre decía: La izquierda está de acuerdo en
lo estratégico (la revolución socialista), pero nunca en lo táctico, es
decir, en cómo, cuándo, dónde y, sobre todo, con quién hacerlo. Cada
izquierda construyó su trinchera desde donde luchaba fratricidamente por
la hegemonía del movimiento comunista. Trotskistas, prosoviéticos,
maoístas y otros istas protagonizaron todo tipo de acusaciones y golpes
bajos. Algunos con consecuencias devastadoras para los movimientos
revolucionarios, como provocar la escisión entre Turcios Lima y Yon Sosa
en Guatemala, o bien la traición de Monje en Perú y el asesinato del
Ché, entre muchos otros. Hoy día, desde sus capillitas, algunos teóricos
que nunca han construido movimientos significativos en América Latina
continúan pontificando sobre el camino certero que deberían seguir los
otros, los que sí intentan edificar procesos que puedan transformar la
realidad enmarañada y peligrosa que nos circunda.
La
revolución cubana y Fidel Castro, su principal dirigente, muy pronto
dieron señales de rechazar tajantemente este camino pavimentado de
dogmatismos. En una carta dirigida a los militantes del Movimiento 26 de
Julio, antes del triunfo, les planteó la necesidad de no involucrarse
en los debates Trotskistas-soviéticos que inevitablemente dividían al
movimiento, pues se requería total unidad para enfrentar a Batista
exitosamente. Así, se convirtieron en una herejía cada vez más clara.
Así, desde el inicio, los soldados de los ismos que comenzaron a
confrontarse con una revolución que no seguía esquemas prefigurados
empezaron a fabricar clichés falsos.
Los
años 60 están sembrados de anécdotas significativas, como aquel
temprano discurso de Fidel que en el aniversario del asalto al palacio
presidencial por José Antonio Echeverría, líder del Directorio
Estudiantil Universitario, asesinado en el intento, reprendió
fuertemente al joven, que al recordarlo y leer su testamento político,
escrito horas antes de la acción, eliminó una frase que decía: Que la
pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr
el imperio de la justicia en nuestro país. Fidel, desde entonces,
planteó que cualquier tergiversación o censura sobre hechos históricos
era inadmisible, que todo proceso y actor histórico puede y debe ser
explicado, analizado y comprendido por todos, que el catolicismo del
líder estudiantil era perfectamente compatible con su entrega
revolucionaria. Este fue un tema constante de Fidel: No admitan nunca
que nadie crea nada que no comprenda (Fidel Castro. La revolución
cubana. 1953-1962, ERA, 1972, pág. 451).
En
ese mismo tenor se desarrollaron los complejos hechos de la lucha
contra el sectarismo en marzo de 1962, cuando una parte de la vieja
dirección del partido socialista fue evidenciada por la práctica de
asalto a la estructura del nuevo partido en formación (el PURS) y la
exclusión unilateral de muchos militantes y combatientes del propio
M-26-Julio, “…¿ y qué pasó con esos compañeros? Bueno, por el bajo nivel
político fueron excluidos. ¿Cómo van a venir ahora con los bajos y
altos niveles políticos si son compañeros que han hecho la revolución,
que han hecho la guerra victoriosa, que han conducido, que han hecho
posible el triunfo de la revolución socialista?” (Contra el sectarismo,
ibídem, págs. 499 a 545; imprescindible lectura para entender cómo se
fraguó la unidad de principios y acción propios, sin concesiones a las
viejas prácticas hegemónicas y corruptas).
Ese
mismo año, 1962, vio pasar uno de los momentos más críticos de la
revolución: la crisis de octubre. Cuando el pueblo cubano supo de las
negociaciones secretas entre Kruschov y Kennedy, y el acuerdo de retirar
de manera unilateral los misiles defensivos, salieron a las calles
gritando: Nikita, mariquita, lo que se da no se quita. En el difícil año
de 1968, Cuba encaró diferentes retos: después de enfrentar el rebrote
del sectarismo conocido como la microfracción, azuzado por la propia
embajada soviética en favor de impulsar las reformas kruschovianas
(Excélsior de enero y marzo), Fidel señaló que era inútil el falso
optimismo de la gusanera de Miami y del imperialismo, porque Cuba
sostenía posiciones en política interna e internacional divergentes e
independientes. Tampoco acudió a la reunión de los partidos comunistas
en Budapest. Finalmente, en el discurso del 3 de agosto, reflexionó
ampliamente sobre la entrada de la URSS en Checoslovaquia: si se
aceptaba que era en defensa del campo socialista, entonces debía
exigirse que se defendiera de la misma forma a Vietnam y Corea. También
señaló los compromisos vergonzosos de países socialistas con dictadores y
oligarcas latinoamericanos y fustigó el desvío de los principios
revolucionarios centrales. Ahí está el discurso para quien lo quiera
leer.
En
los años 70 se produjeron cambios nodales en el proceso. Se inició una
etapa de debates y reflexiones en todas las organizaciones de masas, los
CDR, la CTC, la ANAP, la FMC, etcétera, a partir de las cuales cinco
años después se construyeron los órganos del poder popular y una nueva
constitución, diferentes y propios. Desgraciadamente, muy poco
analizados y estudiados. Se consolidaron las organizaciones, como la
Tricontinental, la OLAS, el movimiento de los no alineados, la unión
entre Cuba, Vietnam y Corea frente al diferendo chino-soviético. Además
se inició la participación en la liberación de Angola, con desacuerdos
sustanciales hacia la actuación de la URSS (Piero Gleijesses, Misiones
en conflicto). Los años 80 vieron el proceso de rectificación que
enrrumbó por caminos totalmente diferentes que la Perestroika.
Mezquino
es decir que estos hechos históricos son sólo elogios de quienes
esperan cheques y reconocimientos oficiales, retrata la pequeñez de esa
izquierda aún encerrada en sus dogmas. Como señaló García Márquez, el
primer crítico de la revolución es el propio Fidel. Hay que leerlo en
detalle para comprender los verdaderos errores.
* Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. Autora de El INEE
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