Una segunda premisa, que muy pocos aceptan, es la que afirma que el clásico dilema de la transformación social:
reforma o revolución,
voto o balas
vía electoral o vía violentaha dejado de tener sentido y se ha convertido en mito. La razón: en su fase actual, la de la mayor concentración de riqueza en la historia de la humanidad, el capital ha terminado por devorarse al Estado y a sus mansos, edulcorados y burocratizados partidos políticos. Hoy los límites entre el poder económico y el poder político se han diluido o se han borrado. Se ha vuelto entonces imposible, mediante la vía electoral, lograr los cambios profundos que el mundo requiere con urgencia y que deben superar dos limitantes supremas de la modernidad: la mayor desigualdad social de que se tenga memoria, y el mayor desequilibrio ecológico a escala planetaria. Los ciudadanos, su poder, han quedado anulados. La sociedad moderna ha perdido su capacidad de autotransformación y con ello sus mecanismos de autocorrección en un contexto donde la crisis ecológica amenaza ya la supervivencia humana en el futuro inmediato. La democracia (representativa, formal, institucional), principal aportación de Occidente, se ha convertido en mera ilusión.
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