jueves, 19 de junio de 2025

MANIFESTANTES CORREN AL DIPUTADO FEDERAL ENRIQUE VILLEGAS; HUYE DEL CONFLICTO Y ABANDONA A FUNCIONARIOS MUNICIPALES

Tomado de la Voz del Sur

Mario Zepeda Díaz de la Vega
A plena luz de la tarde, en medio del calor, la rabia ciudadana y una peste insoportable a hidrocarburo, apareció de improviso un personaje que nadie había invitado: Enrique Villegas, el diputado federal de Morena que entró por la puerta trasera del Congreso, como suplente del médico y exfuncionario Ramos Alor.
Acompañado por el director de Protección Civil Municipal y el Secretario de Gobernación del Ayuntamiento, el legislador decidió plantarse en el punto más álgido del bloqueo carretero en la entrada a Nanchital, donde habitantes de Mundo Nuevo #Coatzacoalcos y otras colonias llevan días manifestándose por la contaminación industrial.
Pero Villegas no llegó a resolver nada. Ni siquiera a escuchar del todo. Llegó a posar. A intentar hablar. A ser el centro de algo. Pero se convirtió en el hazmerreír.
Vestido con camisa clara y un sombrero vaquero que parecía más bien disfraz de autoridad, Enrique Villegas intentó abrirse paso entre los gritos, sin entender que aquí, la paciencia estaba agotada.
Apenas intentó tomar la palabra y el silencio fue reemplazado por rechiflas.
—¿Y usted quién es? —le preguntó una señora, con el ceño fruncido por el coraje y por los olores fétidos que inundan la zona.
—Yo soy diputado federal, respondió Villegas con voz inflada, creyendo quizás que ese título bastaría para calmar los ánimos.
Pero no. Fue su error más grande. La multitud lo frenó con una frase coreada como mantra cívico: ¡Llegas tarde, llegas tarde, llegas tarde!
El diputado, molesto por la falta de reverencia, quiso imponer el orden de su mundo legislativo.
—¡Momento! Ustedes ya hablaron. Ahora me toca a mí, exigió, como si estuviera en la tribuna de San Lázaro o en alguna asamblea de Morena.
Pero aquí no había micrófonos encendidos ni curules que respetar. Solo gente harta. Le gritaron que se callara. Le recordaron que nunca apareció cuando los olores químicos comenzaron a invadir sus casas hace más de una semana. Le reprocharon que viniera solo cuando ya había medios, cámaras y bochornos políticos. Intentó hablar una vez más, pero las palabras se le ahogaron entre los gritos.
—Ah, entonces no quieren que les ayude... Entonces me voy, espetó, en tono ofendido, como si hiciera un favor con su presencia.
Y se fue. Rápido. Casi huyendo. Con el sombrero vaquero bien puesto pero con la dignidad en el suelo.
Sus acompañantes municipales se quedaron atrás, pasmados y solos entre la multitud, mientras él apuraba el paso antes de que le cortaran el regreso.
Los manifestantes, en cambio, escucharon y dialogaron con el delegado estatal de Gobernación y los funcionarios locales. Acodaron firmar una minuta para integrar una mesa de trabajo sobre las emisiones industriales.
De Enrique Villegas no se volvió a hablar. Solo quedó flotando, entre la peste a crudo, el eco de aquel cántico que lo despidió:
—¡Llegas tarde, llegas tarde, ya mejor vete!
Y Enrique Villegas no solo se fue, huyó tras su alarde de autoridad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario