Tomado de: La Izquierda Diario
Hay una larga historia de
dependencia económica, política, militar y diplomática que cruza los 3000
kilómetros de frontera común, signada por los acuerdos comerciales y la
integración productiva transnacional, así como por la imposición de las
políticas (anti)migratorias y la “guerra contra las drogas”, desplegadas
durante las últimas décadas por demócratas y republicanos.
Además, el presidente de México
impulsó una apresurada reapertura de la industria maquiladora y automotriz,
consideradas “esenciales” desde el 18 de mayo. La Casa Blanca y las
trasnacionales, así como las cúpulas empresariales nativas, obtuvieron lo que querían:
una reactivación que alimente las cadenas de valor que cruzan los pasos
fronterizos y a la industria estadounidense.
La urgencia estaba motorizada por
el arranque del T-MEC y por el rol de la industria maquiladora, “con su
inserción en el modelo de cadena de valor global, en donde funcionan como
suministradoras de partes o productos, parciales o terminados”. [3] La
situación de los trabajadores mexicanos, obligados a volver a trabajar con
riesgo para su salud y la de sus familias, no era una prioridad del gobierno de
López Obrador. Como resultado de esta negligencia criminal, aumentaron las
muertes obreras por el COVID-19, en particular en los estados fronterizos.
Como adelantamos antes, el T-MEC
se inscribe en la búsqueda, por parte de la presidencia Trump, de condiciones
aún más ventajosas para el capital imperialista. Desde hace décadas, el ya
extinto TLCAN fue la mejor expresión de la subordinación que mencionamos, en el
terreno productivo y comercial. Desde los primeros años del neoliberalismo,
México se convirtió en una plataforma de exportación orientada hacia las
necesidades de las trasnacionales. Esa fue la “gran empresa” de la clase
dominante nativa, impulsada por los gobiernos previos, cuya continuidad
preserva la Cuarta Transformación.
El T-MEC profundiza esta
realidad, a tono con las necesidades actuales de EE.UU. Por ejemplo con los
cambios que se aplicarán en las llamadas reglas de origen, en beneficio de las
empresas estadounidenses, los que se establecen en el terreno de la la
propiedad intelectual, y también “los cambios a la Ley de Propiedad Industrial
sobre el manejo de patentes de la industria farmacéutica (que le otorgan, N.
del A.) un enorme poder en Estados Unidos, impone mejores condiciones para las
trasnacionales de aquél país y ponen en duda todavía la producción de
medicamentos genéricos en México”. [4]
Los verdaderos aliados, en las calles y los centros de trabajo al otro
lado de la frontera
Lo que relatamos es resultado de
los límites profundos del “progresismo” de López Obrador. Negarse a romper con
las cadenas de la dependencia imperialista y la dominación de las
transnacionales y los grandes organismos financieros —lo cual está
indisolublemente ligado a preservar los intereses de los grandes empresarios
nativos— sólo lleva a sucumbir a las exigencias del poderoso vecino del norte.
Así como no se puede “gobernar
para ricos y pobres” —como se mostró durante la pandemia- tampoco es posible
mantener una relación de “amistad” con la administración estadounidense, para
el cual México es parte de su patio trasero. La Casa Blanca sólo acepta la sumisión
de sus “socios” menores.
El progresismo lopezobradorista
es incapaz de ofrecer una salida, favorable al pueblo trabajador, ante la
dominación imperialista, la causa del saqueo, la explotación y opresión que
sufren las grandes mayorías obreras y populares.
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