lunes, 1 de junio de 2020

Maquiladoras: explotación capitalista y resistencia obrera en la frontera norte de México

Tomado de: Suplemento de Ideas de Izquierda México

*Extractos del artículo de Pablo Oprinari “Maquiladoras: 
explotación capitalista y resistencia obrera en la frontera norte de México”.

La frontera México-Estados Unidos serpentea a lo largo de 3000 kilómetros. Ondula desde el Océano Pacífico, descendiendo hasta el Golfo de México. Allí transita el comercio transfronterizo, articulando un amplio entramado de empresas localizado a los dos lados del Río Bravo y más allá, volviendo inseparables las plantas productivas de ambos países.

La industria maquiladora de exportación de México emplea a 3 millones de trabajadores. Sólo en los 6 estados fronterizos -Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila Nuevo León y Tamaulipas- son 1,8 millón de trabajadores, en 3,700 empresas, la mayoría de origen trasnacional. En la maquiladora se produce de todo; electrónica, textil, partes automotrices, aeroespacial, de construcción, hasta componentes para la industria bélica estadounidense. La frontera está surcada por ciudades proletarias, lo cual desmiente la noción de que la clase trabajadora no existe más. Una clase obrera, oculta por los intelectuales orgánicos de la burguesía y la mayoría de los medios de comunicación, pero bien presente en la geografía urbana y en las ganancias de los explotadores.

El origen de la industria maquiladora se remonta a mediados de los años ´60, motorizada por el Programa de Industrialización Fronteriza de México (PIF) y la flexibilización de las tarifas aduaneras.

Como dice de forma cruda este artículo
a veces, en la maquila, la muerte es lenta, pero siempre tiene permiso; como en las fábricas de costura y arneses que consumen las articulaciones de hombros, muñecas, caderas o rodillas de los obreros por el ritmo acelerado y repetitivo de trabajo que siempre espera más productividad y, con ella, la salud de quienes generan la riqueza a cambio de un salario de hambre. (...) Recordemos los casos en que obreros de Foxconn –y otras tantas maquilas– se han intoxicado o los de Lexmark que han enfermado de las vías respiratorias para luego, no pocos, morir a causa del toner acumulado en sus pulmones.”

Sin embargo, lo que no ha cambiado es que la “magia” de la maquiladora descansa en el sudor y la sobreexplotación de la fuerza laboral, lo cual se combina con la cercanía de la frontera, ventajas impositivas y un sindicalismo proempresarial. Bajos niveles salariales (en comparación no sólo con EEUU, sino también con China), explican su persistencia a pesar de las distintas crisis económicas. En definitiva, la mayor extracción de plusvalía de la clase obrera mexicana, que alimenta las arcas empresariales y de las trasnacionales.

Desde el 18 de mayo, por disposición del presidente López Obrador, inició la reapertura de la industria maquiladora y automotriz, ahora consideradas “esenciales”. Washington, las trasnacionales y las cúpulas empresariales obtuvieron lo que querían: una reactivación que alimente las cadenas de valor que cruzan los pasos fronterizos y a la industria estadounidense. La urgencia está motorizada por la próxima entrada en vigor del nuevo Tratado México-Estados Unidos-Canadá, y por el rol que cumple la industria maquiladora, “con su inserción en el modelo de cadena de valor global, en donde funcionan como suministradoras de partes o productos, parciales o terminados”. En esta medida se muestra la subordinación del gobierno “progresista” mexicano a Trump, en contra de la salud y la vida de la clase obrera.

La declaración presidencial legitimó a las empresas maquiladoras que ya estaban funcionando y permitió la reapertura del resto, así como de las terminales automotrices. Esto es aún más grave porque se da cuando crece la pandemia en el país: al momento de escribir este artículo se acerca a las 10,000 muertes reconocidas oficialmente. Una acción negligente que profundiza el panorama sombrío de muertes obreras, con verdaderos homicidios industriales que han sido denunciados.

El movimiento obrero del norte tiene historias de lucha marcadas por la solidaridad internacionalista. En 1906, uno de los preludios de la Revolución fue la huelga de Cananea, contra la patronal yanqui de William Greene y sus socios en el gobierno mexicano. El sindicalismo revolucionario estadounidense del IWW (Industrial Workers of the World), soldó lazos de solidaridad internacionalista con los obreros de Cananea y el Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, que participó allí activamente. Después de la derrota de la huelga, los obreros wooblies (como se llamaba a los integrantes del IWW) realizaron una campaña activa por la liberación de los presos. Asimismo, no se puede entender la Revolución en el norte del país sin la participación de los mineros sindicalistas de Arizona y Nuevo México, obreros de diversas geografías que incluían a migrantes mexicanos como Práxedis G. Guerrero, que se hermanaban en la lucha contra la patronal estadounidense y contra la dictadura de Díaz en México. En el presente debemos reapropiarnos de estas páginas heroicas.

Hoy existen múltiples lazos entre la clase obrera maquiladora y el proletariado multiétnico estadounidense. Desde la existencia de millones de migrantes mexicanos que trabajan en el corazón del imperialismo, hasta el hecho de que son parte de un entramado productivo que trasciende las fronteras.

Los aliados del proletariado maquilador son -junto al conjunto de los trabajadores del país-, la clase obrera estadounidense, los migrantes y el movimiento negro que se rebela al grito de Black Lives Matter. Los enemigos, en cambio, están en las clases dominantes, sus partidos y gobiernos de ambos países.

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