DERECHIZACIÓN,
POPULISMOS Y LUCHA DE CLASES
por MASSIMO MODONESI
Tomado de: Memoria
En Europa y en América Latina es
evidente que la derechización, como dinámica sistémica e institucionalizada
pero que incluye sobresaltos extremistas y reaccionarios, es un proceso
histórico de mediana duración que viene de la mano de una progresiva desizquierdización,
un equivalente debilitamiento paulatino de la izquierda como fuerza política y
como contrapoder social y cultural y un desplazamiento de los valores,
creencias e imaginarios que le daban enraizamiento y consistencia. Este giro no
alcanza a ser compensado por la difusión de valores asociativos y civiles y la
persistencia de luchas sociales defensivas, aunque éstas logren conquistas
puntuales en el terreno de los derechos civiles y constituyan el dique
realmente existente frente a las tendencias de fondo en favor del capital y de
las configuraciones societales que le corresponden. Un botón de muestra
reciente de esta correlación de fuerzas puede ser, aun en una versión extrema,
la cuestión de la paz en Colombia que, si bien supone un proceso que genera
esperanzas y tiene un valor humanitario incuestionable, no deja de ser dominado
por una lógica conservadora y disputado entre dos derechas –la liberal moderada
que la impulsa y la populista ultra que se le contrapone– frente a una
guerrilla que negocia su derrota, su retirada y su supervivencia como partido
político y, en el trasfondo, fuerzas populares y de izquierda golpeadas y
desarticuladas y un movimiento ciudadano reticular que tienen escaso peso y
pocas perspectivas que, aun en los sobresaltos de lucha, como en el caso de las
movilizaciones estudiantiles y campesinas de los años recientes, no dejan de
moverse en un plano defensivo.
Objetivas e históricamente determinadas, tales
condiciones, en el caso de la opción revolucionaria, parecen no encontrar en
nuestros días correspondencia subjetiva, dinámicas y sujetos que las sostengan
e impulsen a una escala masiva. Al desgastado reformismo socialdemócrata,
subsumido al neoliberalismo como su variante social-liberal, parece imponerse
como única alternativa para las clases subalternas el camino populista, en
versión progresista, nacional-popular y plebeya. Sin embargo, pese a las
apariencias, no toda construcción política eficaz responde inevitablemente a
una razón populista, como sostuvo Laclau, sino que el populismo es una
hipótesis entre varias, una específica posibilidad histórica de proyecto o
proceso de revolución pasiva, como sugería Gramsci, que se manifiesta de modo
concreto en distintas combinaciones de rasgos progresivos y regresivos.
En tiempos de crisis de la
gobernabilidad liberal-democrática y de sus sistemas políticos y de partidos,
este formato ha sido utilizado tanto para dar una salida por derecha, para
sostener y profundizar la derechización, como por movimientos progresistas y
nacional-populares en América Latina y Europa. En América Latina, esto ha
permitido abrir un significativo y prolongado ciclo progresista sobre cuya
trayectoria y crisis actual se ha escrito mucho y al cual me he referido en
varias ocasiones. Además de los fenómenos de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn en
antiguas estructuras partidarias como el Partido Demócrata estadounidense y el
Laborista británico, en la Europa mediterránea surgieron las expresiones más
novedosas de este fenómeno, dando vida a nuevas organizaciones, unas más de
izquierda y otras de perfil más ambiguo: Syriza en Grecia, Podemos en España y
el Movimiento 5 Stelle en Italia.
Sobre la naturaleza híbrida de
estos fenómenos, tiende a bifurcarse la interpretación entre quienes, desde una
perspectiva anticapitalista, sostienen que, aun con estas limitaciones, frente
a la amenaza de una mayor derechización, el cesarismo progresivo o populismo de
izquierda europeo y latinoamericano representan algo positivo, progresivo, un
mal menor o un freno a una deriva peligrosa hacia una crisis civilizatoria y
quienes consideran que, por el contrario, se trata de una variante
nacional-popular del neoliberalismo –que sustituye a la socialdemocracia en su
función de oposición leal– con formas, contenidos, matices y orientaciones
progresistas que ocultan su carácter de fondo que comporta tanto un grado de
manipulación como de generación de expectativas, confusiones y frustraciones
que impiden canalizar el descontento hacia una oposición radical que refleje
cabalmente los intereses reales de las clases subalternas.
Al margen del pragmatismo de lo
posible en el horizonte de la lucha política en el corto plazo, luchar por una
alternativa anticapitalista y socialista implica impulsar una visión del mundo.
Ésta requiere reconstruirse al margen del sistema de partidos existentes y de
la lógica inmediatista del mal menor, para difundirse en la politización de
sectores populares, de una generación de jóvenes críticos y combativos, en las
experiencias antagonistas de movilización y organización que no dejan de
aparecer espontáneamente en el irreductible campo de la lucha de clases.
En el México dramático de nuestros días, las
coyunturas –como la electoral que se avecina– requieren ser atendidas como
tales, sin obviar los escenarios de fondo, de mediano-largo plazo. Entre
socialismo y barbarie habrá que zambullirnos en una política hecha de distintos
tonos de gris. De cara a las elecciones de 2018 se configura el debate –que
auguramos fraterno– entre quienes optarán, como ha ocurrido en 2006 y 2012, por
otorgar un voto útil a amlo –si tiene oportunidad de ganar– y otros que –como
legítima forma de protesta– decidirán anular el voto o votar por la candidata
indígena impulsada por el Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional o algún otro candidato independiente.
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