Por: Yara Villaseñor
El neoliberalismo —como política mundial de la burguesía para superar estratégicamente la crisis y elevar la tasa de ganancia— implicó una modificación sustancial de la estructura económica y, por lo tanto, del mundo del trabajo.
Configuró una nueva relación entre las clases, atacando todas las conquistas arrancadas con la movilización y organización de sectores trabajadores y populares en décadas previas; fragmentó como nunca a la clase trabajadora internacional, haciéndola competir entre sí de una forma sin precedentes; y abrió las posibilidades a un flujo de capital y mercancías en todo el globo que se volvió la base de nuevas cadenas de valor, esqueleto de una producción deslocalizada internacionalmente.
El corredor México-Estados Unidos, el principal paso migratorio del continente, se convirtió en una de las más dinámicas cadenas de valor mundial: la Cadena Autopartes Automotriz (CAA) desarrollada a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) durante el gobierno priísta de Salinas de Gortari en 1994. De la mano de la globalización y el neoliberalismo vino la reaccionaria campaña ideológica del fin de la clase obrera, que impactó en la conciencia del proletariado, en la academia y en las izquierdas, resignadas al embellecimiento de las luchas de los “nuevos sujetos”. No obstante, a pesar de esto y de la división internacional de las filas del proletariado, la clase obrera se extendió y aumentó numéricamente.
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