Publicado por: Jordi Cabezas
Salmerón
En: Ssociólogos
Estamos asistiendo a una
criminalización de toda disidencia en un momento en que la tal disidencia es un
acto de dignidad y de defensa frente al desmantelamiento de derechos
conseguidos a través de muchos años de sacrificios y lucha.
Nos enfrentamos, como ya he
indicado en otras intervenciones, a una situación generada por verdaderos
“crímenes económicos contra la Humanidad”. Además nos culpabilizan de la tal
situación y nos recortan todo tipo de derechos sociales y fundamentales con la
excusa de que así saldremos de ella; eso sí sin culpabilizar ni perseguir a los
verdaderos autores del desaguisado. Ante nuestras lógicas y legítimas protestas
–incluyendo las pacíficas- se nos tacha de atentar contra no se qué tipo de
seguridad.
“Mientras no poseí más que mi catre y
mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está
perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel.
Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle
mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia.
Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la
invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera,
tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos
categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas.
Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por
primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo
del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar
la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el
cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me
aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y
hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz
mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales.
Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una
importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria.
Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró
a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi
brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia,
elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro
decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad?
Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha
apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario…”
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