jueves, 23 de abril de 2015

Ley y Justicia ¿siempre de la mano?

Ley y Justicia ¿siempre de la mano?
Internet
Publicado por: Jordi Cabezas Salmerón

Estamos asistiendo a una criminalización de toda disidencia en un momento en que la tal disidencia es un acto de dignidad y de defensa frente al desmantelamiento de derechos conseguidos a través de muchos años de sacrificios y lucha.

Nos enfrentamos, como ya he indicado en otras intervenciones, a una situación generada por verdaderos “crímenes económicos contra la Humanidad”. Además nos culpabilizan de la tal situación y nos recortan todo tipo de derechos sociales y fundamentales con la excusa de que así saldremos de ella; eso sí sin culpabilizar ni perseguir a los verdaderos autores del desaguisado. Ante nuestras lógicas y legítimas protestas –incluyendo las pacíficas- se nos tacha de atentar contra no se qué tipo de seguridad. 

“Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario…”

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