Por: LUIS EMILIO TÉLLEZ CONTRERAS
Tomado de: Contrahegemoníaweb
Este intento de llevar la lógica
de la racionalidad económica a la lenta racionalidad del funcionamiento
ecológico ha producido en realidad lo contrario. Ha puesto las condiciones para
que la administración ecológica de los recursos se guíe por la apresurada
producción para la competencia en el mercado. Por ello ahora el objetivo de las
energías alternas no es salvar la vida humana en el planeta, sino ser capaces
de competir con la industria de los hidrocarburos para que pueda ser un negocio
rentable.
El tipo de luchas que se dan en
el ámbito ecológico a veces son tan variadas y con contornos tan poco precisos
que cuesta trabajo ver la vinculación que tienen entre si. Sabemos que tienen
que ver, y mucho, cuando identificamos que las raíces de sus problemas son
comunes. En este sentido, sorprendería a algunos doctos ecologistas saber, por
ejemplo, que la lucha por la disminución de las horas de trabajo y la repartición
de este es una demanda más ecológica que la protección de ballenas en el
Pacífico, pues ha sido el aumento de la productividad del trabajo un pilar
esencial del “progreso destructivo” que posibilita el impacto negativo sobre
toda la naturaleza. Esto no significa que sólo cierto tipo de luchas se deben
dar o son más importantes que otras, pero nos da una dimensión de lo poco claro
que pueden ser los límites de las luchas ecológicas.
Por otro lado, no debemos
simplemente atender los problemas con el fetichismo de la propaganda y enunciar
los grandes retos con grandes soluciones mágicas, por ello es fundamental que
cada lucha por la conservación desarrolle su combate lo mejor que pueda y sobre
todo que la haga triunfar dentro de sus marcos, sin que ello signifique pensar
que el problema simplemente está resuelto, pues las condiciones planetarias no
garantizan la solución de las demandas de prácticamente nadie, y frente a ello
la necesidad de convertir cada lucha ecológica local o regional por una lucha
con perspectivas globales que abonen a extender a otras regiones la defensa de
la naturaleza.
Es decir, la socialización
democrática de la toma de decisiones sobre lo que se hace en las áreas naturales
sería el garante de la conservación, enlazada a un decidido proceso de cambio a
una racionalidad ambiental y a garantizar un manejo y conocimiento profundo de
la naturaleza (científico y no científico[5]). A este proceso que podemos
llamar autogestión, no es solamente producto de la voluntad de algún grupo
voluntario que desee comprometerse con el cuidado de algún espacio natural,
sino que será cada vez más una necesidad de las poblaciones que se enfrenta con
la destrucción acelerada de los recursos naturales.
Es decir, ante la tendencia
de privatización de los recursos y el manejo estos por un grupo cada vez más
pequeño de expertos, será necesario que la administración colectiva se asiente
como una alternativa frente al panorama terrorífico de la escases absoluta al
que se dirige la dinámica de la apropiación privada y producción capitalista.
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