jueves, 1 de septiembre de 2016

La revolución cubana: una herejía del siglo XX

La revolución cubana: una herejía del siglo XX
Tatiana Coll *

El maestro Alonso Aguilar siempre decía: La izquierda está de acuerdo en lo estratégico (la revolución socialista), pero nunca en lo táctico, es decir, en cómo, cuándo, dónde y, sobre todo, con quién hacerlo. Cada izquierda construyó su trinchera desde donde luchaba fratricidamente por la hegemonía del movimiento comunista. Trotskistas, prosoviéticos, maoístas y otros istas protagonizaron todo tipo de acusaciones y golpes bajos. Algunos con consecuencias devastadoras para los movimientos revolucionarios, como provocar la escisión entre Turcios Lima y Yon Sosa en Guatemala, o bien la traición de Monje en Perú y el asesinato del Ché, entre muchos otros. Hoy día, desde sus capillitas, algunos teóricos que nunca han construido movimientos significativos en América Latina continúan pontificando sobre el camino certero que deberían seguir los otros, los que sí intentan edificar procesos que puedan transformar la realidad enmarañada y peligrosa que nos circunda.

La revolución cubana y Fidel Castro, su principal dirigente, muy pronto dieron señales de rechazar tajantemente este camino pavimentado de dogmatismos. En una carta dirigida a los militantes del Movimiento 26 de Julio, antes del triunfo, les planteó la necesidad de no involucrarse en los debates Trotskistas-soviéticos que inevitablemente dividían al movimiento, pues se requería total unidad para enfrentar a Batista exitosamente. Así, se convirtieron en una herejía cada vez más clara. Así, desde el inicio, los soldados de los ismos que comenzaron a confrontarse con una revolución que no seguía esquemas prefigurados empezaron a fabricar clichés falsos.

Los años 60 están sembrados de anécdotas significativas, como aquel temprano discurso de Fidel que en el aniversario del asalto al palacio presidencial por José Antonio Echeverría, líder del Directorio Estudiantil Universitario, asesinado en el intento, reprendió fuertemente al joven, que al recordarlo y leer su testamento político, escrito horas antes de la acción, eliminó una frase que decía: Que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestro país. Fidel, desde entonces, planteó que cualquier tergiversación o censura sobre hechos históricos era inadmisible, que todo proceso y actor histórico puede y debe ser explicado, analizado y comprendido por todos, que el catolicismo del líder estudiantil era perfectamente compatible con su entrega revolucionaria. Este fue un tema constante de Fidel: No admitan nunca que nadie crea nada que no comprenda (Fidel Castro. La revolución cubana. 1953-1962, ERA, 1972, pág. 451).

En ese mismo tenor se desarrollaron los complejos hechos de la lucha contra el sectarismo en marzo de 1962, cuando una parte de la vieja dirección del partido socialista fue evidenciada por la práctica de asalto a la estructura del nuevo partido en formación (el PURS) y la exclusión unilateral de muchos militantes y combatientes del propio M-26-Julio, “…¿ y qué pasó con esos compañeros? Bueno, por el bajo nivel político fueron excluidos. ¿Cómo van a venir ahora con los bajos y altos niveles políticos si son compañeros que han hecho la revolución, que han hecho la guerra victoriosa, que han conducido, que han hecho posible el triunfo de la revolución socialista?” (Contra el sectarismo, ibídem, págs. 499 a 545; imprescindible lectura para entender cómo se fraguó la unidad de principios y acción propios, sin concesiones a las viejas prácticas hegemónicas y corruptas).

Ese mismo año, 1962, vio pasar uno de los momentos más críticos de la revolución: la crisis de octubre. Cuando el pueblo cubano supo de las negociaciones secretas entre Kruschov y Kennedy, y el acuerdo de retirar de manera unilateral los misiles defensivos, salieron a las calles gritando: Nikita, mariquita, lo que se da no se quita. En el difícil año de 1968, Cuba encaró diferentes retos: después de enfrentar el rebrote del sectarismo conocido como la microfracción, azuzado por la propia embajada soviética en favor de impulsar las reformas kruschovianas (Excélsior de enero y marzo), Fidel señaló que era inútil el falso optimismo de la gusanera de Miami y del imperialismo, porque Cuba sostenía posiciones en política interna e internacional divergentes e independientes. Tampoco acudió a la reunión de los partidos comunistas en Budapest. Finalmente, en el discurso del 3 de agosto, reflexionó ampliamente sobre la entrada de la URSS en Checoslovaquia: si se aceptaba que era en defensa del campo socialista, entonces debía exigirse que se defendiera de la misma forma a Vietnam y Corea. También señaló los compromisos vergonzosos de países socialistas con dictadores y oligarcas latinoamericanos y fustigó el desvío de los principios revolucionarios centrales. Ahí está el discurso para quien lo quiera leer.

En los años 70 se produjeron cambios nodales en el proceso. Se inició una etapa de debates y reflexiones en todas las organizaciones de masas, los CDR, la CTC, la ANAP, la FMC, etcétera, a partir de las cuales cinco años después se construyeron los órganos del poder popular y una nueva constitución, diferentes y propios. Desgraciadamente, muy poco analizados y estudiados. Se consolidaron las organizaciones, como la Tricontinental, la OLAS, el movimiento de los no alineados, la unión entre Cuba, Vietnam y Corea frente al diferendo chino-soviético. Además se inició la participación en la liberación de Angola, con desacuerdos sustanciales hacia la actuación de la URSS (Piero Gleijesses, Misiones en conflicto). Los años 80 vieron el proceso de rectificación que enrrumbó por caminos totalmente diferentes que la Perestroika.

Mezquino es decir que estos hechos históricos son sólo elogios de quienes esperan cheques y reconocimientos oficiales, retrata la pequeñez de esa izquierda aún encerrada en sus dogmas. Como señaló García Márquez, el primer crítico de la revolución es el propio Fidel. Hay que leerlo en detalle para comprender los verdaderos errores.

* Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. Autora de El INEE

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