Charlestonby amigosdemumiamx |
Por Mumia Abu-Jamal
Un joven blanco, apenas mayor de edad, entra en una iglesia negra de Charleston con una destacada historia de resistencia; antes de que salga, una nueva historia se escribe.
El joven se queda casi una hora en el grupo de estudios bíblicos que se reúne cada miércoles por la noche, pero no piensa en la vida de Jesús o sus discípulos. Piensa en el asesinato, el asesinato masivo. Cuando las puertas de la iglesia se cierran tras él, nueve almas de negros, la mayoría de ancianos, han sido matadas con la Biblia en sus manos.
El hombre, en realidad un chico, no había llegado para aprender nada sobre religión, porque él ya tenía una creencia: la supremacía blanca, un profundo odio a los negros.
La supremacía blanca es la leche materna de Charleston, de Carolina del Sur, del Sur... de todas partes de Estados Unidos. Tan cierto como la esclavitud financió y construyó Estados Unidos, el principio fundamental fue la devaluación, explotación y opresión de la vida de los negros. Esto es lo único que hace la masacre de la Iglesia en Charleston remotamente comprensible.
Nueve personas negras fueron sacrificadas al ciego ídolo de la supremacía blanca por la misma razón que miles de hombres y mujeres negros fueron linchados en los olmos y los pinos estadounidenses, como sacrificios a una idea, para perpetuar un sistema de injusticia económica.
Dylan Roof, el muchacho de 21 años acusado de esta masacre, casi no tenía amigos, no tenía lugar para quedarse excepto el sofá en la casa de un socio, no tenía trabajo, y solo una relación tenue con sus padres. Aislado, alienado, solo en el mundo, la única posesión que le quedaba era la blancura de su piel, lo único que daba sentido a su existencia. Esa era la energía que impulsó la masacre en Charleston, Carolina del Sur.
Ahora su ideología está como un íncubo en el alma norteamericana, emanando odio y miedo, en espera de más vidas negras para devorar.
Desde la nación encarcelada, soy Mumia Abu-Jamal.
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